crónicas flamencas en la prensa de siglos pasados

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martes, 26 de julio de 2011

Sigue el Carnaval en el Campo (y II)

2 comentarios:
Segunda parte de la entrada anterior. Recuerden el obeso Planeta está de fiesta en San Juan de Aznalfarache durante un carnaval de 1848. Llama la atención los jaleadores de oficio, el sitio de preferencia para el guitarrista, las endechas seguiriyeras por seguidillas. 
Así fue, que sin andar en rodeos y más cuando tanto ansiáramos ver puesta en baile a la aclamada sílfide, pedí el vaso y con voz algo ostentares exclamé: (dice los versos que ilustran la entrada)
Bien zalero! Exclamó el padre Vera en medio de aplausos. Vale osté más que la custodia e la catedral con toos zus arrumbeles.
Venga otra uvita y que comienze er baile, pa ver volar er corazón deste morenito é lo neto, añadió el bullicioso Marino.
Así era: la hora había sonado, el ruido de los palillos había atraído inmensa concurrencia a nuestro círculo, tratando cada cual, a porfía, de plantarse en primera fila, como acontece en esa clase de diversiones, interin los jaleadores de oficio dirigían sus originales y portunos dichos a la bolera que, nada esquiva, los devolvía con cierto gracejo y donaire. El tocador de guitarra, que ocupaba el sitio de preferencia, comenzó su son ylos cantadores parecieron prepararse para el combate, si por tal puede juzgarse ese antagonismo que cada uno demuestra por aparentar más pecho y das a sus pausadas endechas ese raro colorido que solo ellos descifran, esa animación que mas crece cuanto más se engolfan en la cola y crece el recio palmoteo
Rompe el baile, entra el jaleo;
pasa veloz el estrivillo,
y el redoble del palillo
comienza pues el meneo
Y sigue con más versos hasta que dice: 'El ruido, las estrepitosas ovces de aquella genete entusiasmada, cuyo ecos se prolongarán al resto de sus pacíficos moradores...
... En un santiamén inundose la campiña de esa clase turbulenta, no sin que le siguieran cuantos hombre y mujeres había, que ansiosos de disfrutar del improvisado fandango tomaban al asalto, apelando a los codos, los principales puestos del circo. Hubiérase dicho al ver aquella oscilación de cabezas, aquella curiosidad pronunciada, ser una jauría de locos divertidos con un nuevo aparecido...
... por fortuna el murmullo fue debilitándose por grados y entró en orden aquella grey, porque al poco rato no se oía más que el cencerreo de la guitarra y la cansada voz del Marino, intercalada con tal o cual palabra puesta muy en boga en los bailes que llamamos de candil. Uno de los jóvenes que se veía sentado junto al Planeta, en cuyo sombrero se elevaban dos rizadas motas, salío con la seguidilla siguiente:
Sin entre las ondas
del mar te viera
hasta la muerte
ay te quisiera
Porque al quererte
de mí huyera
la misma muerte