crónicas flamencas en la prensa de siglos pasados

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domingo, 1 de enero de 2012

¿Cómo quiere usté que yo toque el vals?

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¡Y ya estamos en 2012! El año del bicentenario, el año de Cádiz (no será por la publicidad en los medios), y en cierto modo el del flamenco. La ciudad sitiada y asediada por los franceses impulsó, además de la primera constitución libre, de forma decisiva también el grito de indigenismo que hoy llamamos flamenco, un lenguaje en música y baile que será para siempre santo y seña de lo andaluz y español.
Y dando la bienvenida a la Pepa un breve relato sobre
Posibles orígenes del género flamenco
Desde un siglo atrás, empezando 1700, cuando la corona Austria fue sucedida por el Borbón Felipe de Anjou, con guerra incluida, en España se confeccionaron géneros musicales muy diversos, aunque casi siempre, a partir de entonces, en clave indígena (seguidillas, fandangos, jotas...), pretendiendo extraer lo más castizo y hondo de la cultura hispana para ponerlo al servicio del arte, bailando, tocando y, sobre todo, cantando (contra la marea franco-italiana de la mode y la ópera). La Tonadilla es una buena fuente de información de cuán castiza pudo ser esa música de la segunda mitad del XVIII, y muchos de los elementos con los que el flamenco construirá su estructura musical y coréutica provienen de esas décadas de los setenta, ochenta y noventa del siglo de las luces.
Pero el principal ingrediente de aquel pisto fue el canto llano nominado gitano, y así se conoció aquel nuevo género de música. La materia musical de esas tonadas, romances, nanas, livianas, alboreás, gilianas, martinetes y temporeras de todo orden es preferentemente morena, de las mil razas que habitaron los sures de las Españas, conservadores preferentemente gitanos. La entonación microtonal, que no se deja escribir en un sistema temperado, fue su más radical seña de identidad indígena. Por así decirlo no tenía nada de francés. El jipío melismático en consonancia con las penas parecía decir: tú no sabes cantar así, gabacho (el flamenco parece hecho para no ser comprendido por los músicos académicos; y de hecho les cuesta entenderlo).
Para completar el círculo fue preciso dotar de una tonalidad en la guitarra ad hoc a esas tonadas, adecuada a esa melodía morena. El modo menor y su típica semicadencia andaluza, presente doscientos años atrás en jácaras y fandangos bailables, decide quedarse en la dominante, el quinto grado y, a partir de ahí los flamencos construyen una nueva tonalidad, original y preciosa.
El tráuma de la invasión napoleónica (1808-1814) no hizo sino radicalizar la creatividad cantaora y de baile, el toque barbero al puente, percutivo. En pocos años comienza la cristalización de los primeros estilos, playeras y polos, jaleos y cañas, soleares y cantiñas, rondeñas y jaberas, fandangos cantables, y los sones caribeños, de Habana y Veracruz.
Los ingredientes están listos, los alquimistas pueden comenzar su trabajo. Se dice que jerezanos como Luis el de la Juliana conservaban intacta la llave. Antonio Monge de Cádiz, El Planeta, fue pionero poniendo orden en esa nueva música, reinando en los polos y también en seguidillas cabales. Y por la rondeña y la jabera no debió cantar mal en su Málaga de adopción. El Fillo de voz bronca participó activamente en la fiesta, con Paquirri, Dulce, Molina, Colorao, Mellizo, Nitri, Breva. Y otros muchos que participaron en el invento.
En Sevilla, el hijo de un italiano y una andaluza (Alcalá de Guadaira), Silverio Franconetti, supo moldear (¿en Montevideo?) lo aprendido desde niño, puliendo todos los ingredientes y obteniendo de aquella música, precioso arte. Su guitarrista entonces, José Patiño, la dotó de aire, tono, pulso y alzapúa, resumen preciso y certero de una tradición centenaria. Y a partir de ahí ya estaba el listo el pisto, vendrían Chacón, Pastora y Montoya para fijarlo y darle esplendor. El baile pronto supo adaptar lo bolero al nuevo lenguaje, así como la guitarra, que logró recursos riquísimos para hacerse un repertorio de concierto, a lo flamenco.
Durante el franquismo se extendió la recurrente idea de que cómo lo auténtico era lo indígena, lo puro, había que cultivarlo ya que el proceso artístico se había cargado la esencia. Y en esas seguimos.


Creo que el flamenco que se hace hoy es, con contadas excepciones, música clásica, y como tal tiene un lugar poco definido en los medios de comunicación*. No saben qué hacer con el flamenco. Podrían, por lo menos, tratarlo igual que a su prima hermana, la sí llamada clásica, el sublime Strauss. Siempre digo que si el flamenco fuese francés tendría un edificio en la Sorbona. Pero ya lo cantaba el tato Diego: ¡Ay mamá, ¿Cómo quiere usté que yo toque el vals?, ¡Si eso no pué sé! Feliz 2012.


* Alaska y la Movida siguen protagonizando TVE, al Julio Ruiz parece que le gusta la música fea, mal cantada y tocada, y la trata como arte, algo que debiera enrojecer a los compatriotas de Silverio. Y le dejan cinco (pectlh) minutos diarios en RNE antes del informativo de las tres. ¡¡¡Socooorroooo!!!